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Cuento "Hugo y el eclipse de luna"

  • tecnicolarasoft
  • 3 nov 2017
  • 8 Min. de lectura

A las 21:00 en Radio Copla 107.8 se narrará el Cuento: "Hugo y el eclipse de luna". Creado por un servidor y para RadioCopla107.8. Narrado por Joaquin Ferrá y con voces de la compañia de teatro del colegio Salesianos. Trata de cómo nuestros niños viven obsesionados por las nuevas tecnologías. Mi hijo Hugo es uno de ellos. 😂😂😂. Espero que sea de su agrado, y lo más importante, de vuestros hijos. Radio Copla. ¡¡¡NO OS LO PODEIS PERDER!!! Para escuchar en directo: http://radiocoplacultural.com/

Hugo y el eclipse de Luna

Érase una vez, en un país al sur de Europa llamado España, en una ciudad muy al sur llamada La Línea de la Concepción, vivía un niño llamado Hugo de casi nueve años de edad.

A Hugo le apasionaba la tecnología. Se había adueñado del portátil de su madre, de su tablet, e incluso a veces le cogía el móvil para “wasapear” con sus amigos para jugar on-line al Minecraft, un juego de creación de mundos virtuales por medio de cubos. Eran mundos de “ceros y unos”, cubos de códigos, que al fin y al cabo, sumergían a los niños en un mundo virtual y atemporal en el que el tiempo desaparecía.

Hugo cogía el portátil, ejecutaba el juego, y al otro lado situaba su tablet, con el Youtube ejecutado, y buscaba ideas o formas para construir, para luego hacer su réplica en Minecraft.

En teoría, para los padres, eran juegos enriquecedores para aumentar la creatividad y el ingenio de sus hijos. ¿Si esto era cierto?, Hugo podría explotar de creatividad e ingenio ya que creaba mundos complejos y completos. No le faltaba un detalle. Como si fuera un universo creado con lego, todo repleto de piezas de plásticos, donde no faltaba ningún planeta ni ninguna estrella, ni siquiera el sol.


Un viernes llegó del colegio muy preocupado. Había escuchado al profesor que ese día habría un eclipse completo de luna. Después de mandar callar a su compañero Carlos, porque no le dejaba escuchar, creyó escuchar algo del fin del mundo. Eso lo dejó muy preocupado, y por miedo a que su profesor, Don Miguel, le dejara sin recreo por no estar atento, no le pidió que repitiera la explicación. Había oído algo sobre los Mayas, sobre el fin del mundo, sobre algunos poderes, aunque en realidad no había entendido nada, y todo por culpa de Carlos, el charlatán.

Al llegar a casa, su perro Tango saltaba de alegría desde detrás de la puerta al oírle llegar. Era un teckel, un salchicha de color canela. Se abrazó a su perro mientras él le lamía la cara. Su padre estaba en el salón, acababa de llegar del trabajo. Se le acercó y le dio un caluroso abrazo, junto con un montón de besos. De repente, Hugo soltó de un sobresalto:

-Papá, ¿es verdad que esta noche habrá un eclipse de Luna?

-¿Hoy Viernes? –se asombró el padre.

El rostro de Hugo se ensombreció y con fuerza se abrazó a su padre.

-¿Qué te sucede, hijo?

Al principio dudó si contárselo, pero al fin le respondió:

-¡Tengo miedo! El profesor nos contó algo sobre el fin del mundo –y comenzó a sollozar.

-No te preocupes, esta noche veremos el eclipse, y verás que no sucederá nada. Anda, lávate las manos que vamos a almorzar –terminó dándole un beso en su mejilla.

Esa tarde, aunque pareciera extraño, Hugo no cogió su portátil, ni su tablet. No se apartaba de su padre. No le dejaba ni ir al Gimnasio siquiera. Tenía miedo de que le pasara algo a su familia. Entonces el padre al verse perseguido por donde quiera que fuera por la casa y notarle aun asustado a su hijo, le explicó en qué consistía un eclipse de luna, que no debía de tener miedo. Le contó que no era más que un reflejo, una sobra de la Tierra ocultando la luna al Sol. La luna oscurecida por la sombra de la Tierra, y nada más.

Hugo, un poco más tranquilo, dejó al padre marcharse. Ahora le tocó el turno a su madre. No se separaba de ella. También agarraba a Tango. Las palabras de su padre lo habían relajado un poco, pero las de su profesor Miguel le martilleaban la cabeza: Fin del mundo, magia, poderes extraños.


La noche llegó, y su padre había preparado un telescopio para ver el eclipse a la perfección. Estaban en el jardín de su casa, a oscuras. Su padre, Hugo, y su perro Tango, este olfateaba el viento intuyendo que algo extraño estaba a punto de suceder.

La luna estaba espléndida. Iluminaba el cielo con un aura de luz. Hugo se impacientaba, dudaba si estar allí era buena idea o no. Menos mal que estaba junto a su padre. Eso le hacía sentirse seguro, bueno, y junto a su perro Tango, por supuesto.

Una sombra comenzó apoderarse de la luna, desde un lado hacia el otro. Hugo estaba cansado. No estaba acostumbrado a estar despierto a esa hora, así que abrazó a su padre. Tenía sueño y también miedo.

Poco a poco, la luna iba desapareciendo ante la oscuridad del cielo. El padre, para mantenerlo despierto, le contó una historia de cuando era niño, pero no pudo mantenerlo despierto. Al final, a oscuras, se quedó dormido. Así que el padre lo acostó en su cama y lo arropó.


A la mañana siguiente, Hugo despertó con energía. Ya no tenía miedo, el caso era que ni se acordaba del eclipse. Tan sólo deseaba desayunar su taza de cereales de chocolate y atrapar su ordenador y su tablet. Pero era extraño, su perro no había venido a saludarle como lo hacía todas las mañanas. Se incorporó, y como estaba su cuarto a oscuras, apretó el interruptor para encender la luz. No pasaba nada. No se encendía.

-¿Se habrá fundido la bombilla? -se preguntó. Se fue hacia la ventana y abrió la persiana dejando pasar la luz del sol. Ahora sí que su perro llegó a saludarlo.

Mientras su madre le preparaba los cereales abrió el portátil e intentó encenderlo. Nada. Tampoco arrancaba. Entonces probó con la Tablet. Tampoco. Esto empezaba a fastidiarle un poco a Hugo que enfadado se acercó al salón. Era extraño. La televisión tampoco parecía funcionar, ni la radio, ni la luz de ningún cuarto, tampoco del baño, teniendo que hacer pipí a oscuras. No sabía que había pasado. No sabía qué hacer. No podía jugar a su juego preferido, el Minecraft. No podía ver sus Youtubers preferidos. Entonces recordó el eclipse, y a su profesor. Tenía razón. Esto no podía ser otra cosa. El eclipse había provocado que los circuitos y las baterías se desintegraran y que ningún equipo tecnológico funcionara, ni la electricidad. Aburrido y abatido se sentó junto a su padre, que se entretenía leyendo un libro del famoso pirata Barbarroja. Estaba inquieto y sin parar de moverse. Hasta que su padre le preguntó.

-¿Qué te sucede?

-Nada –respondió enfadado con el ceño fruncido-. Que estoy aburrido.

-¿Y por qué no llamas a tus amigos y juegas en el parque de la urbanización?

Sus amigos estaban en la red. Sin red no había amigos con quien jugar. Y era sábado, ¿dónde estarían sus amigos del cole?, ¿en sus casas tal vez?. El caso es que se encontraba solo, disgustado y molesto.

Entonces el padre soltó su libro de quinientas páginas, se incorporó del sofá, y le tendió su mano.

-Ven, vamos a buscar a unos cuantos niños. Esto no puede quedar así. Te enseñaré como jugaba yo cuando era pequeño.

-¿De verdad? –le sonrió Hugo un poco incrédulo.

Entonces el padre fue puerta por puerta llamando a los vecinos, y sacando a todos los niños de la urbanización. Ellos tenían el mismo problema. Nada de luz. Nada funcionaba. Las baterías estaban hechas trizas. No había ningún ordenador, ni móvil, ni tablet, ni consola, ni calculadora siquiera que funcionara. Así que todos acudieron al parque, un grupo de diez niños en total.

-¿A qué jugamos? –preguntó Hugo a su padre.

-Jugareis a rescatar – respondió sonriente.

Entonces el padre les explicó a los diez niños el sistema del juego. Nadie había jugado antes. Hicieron dos equipos, como eran diez, pues cinco contra cinco, y delimitaron el campo de juego a los límites del jardín. Eran metros suficientes para los diez, ya que era un poquito extenso. El padre de Hugo sacó una moneda y la tiró al aire. Al atraparla la tapó con su mano diciendo a Hugo:

-¿Cara o cruz? -Hugo se quedó paralizado por un momento.

-Cara –respondió ayudado por un compañero de su equipo.

Al abrir la mano, la moneda estaba de cara.

-Bien, os toca escapar. Recordad que no debéis ser pillados. Y vosotros –les explicó al otro equipo-, seréis los perseguidores. Deberéis atraparlos y traerlos a este calabozo –les reveló señalando a un banco.

El padre les explicó que debían de formar una cadena con los capturados, y que si en algún momento, algún jugador que corriera y llegara hasta sus compañeros de equipo y consiguiera tocarlos, serían rescatados y podrían huir de nuevo. Así hasta pillarlos a todos, en ese caso, comenzaría de nuevo el juego pero los equipos cambiarían de ser perseguidos a ser perseguidores.


El caso es que el día pasó rápido. Todos los niños jugaron todo el día. Jamás habían jugado a rescatar. También jugaron a “tula”, un dos tres pollito inglés, a esconder, a la lata. También a juegos de mesa como el parchís, la oca, al uno, dominó, el quien es quien… Un sin fin de juegos que hizo que el día fuera corto, muy corto.

Al llegar la noche, mientras Hugo se duchaba, le relataba a su madre todo cuanto se había divertido. La realidad era que no se había acordado de su portátil, de su tablet, de su Minecraft. Su cuerpo se rindió en su cama quedándose profundamente dormido.


A la mañana siguiente, Hugo se despertó de un sobresalto. Dudó por un segundo. Al final tocó el interruptor y la luz se encendió. Era extraño. Estaba intentando recordar qué había sucedido. No entendía bien. Hugo pensó que habrían solucionado el problema. Que su profesor no estaba en lo cierto con lo del fin del mundo. Ya había luz. Ya podía volver a jugar en su Minecraft. Aunque se sentía extraño. No tenía la necesidad de abrir su ordenador. Se lo había pasado tan bien el día anterior, que al final decidió intentar repetirlo. Así que llamó a su padre y después de desayunar fueron a buscar a todos los niños de la urbanización. Los niños estaban extrañados de la actitud tan abierta de Hugo, parecía que los conocía desde hacía años. Y sabía jugar muy bien a todos los juegos, él tenía que volverles a explicar cómo se jugaban.

-¿Pero no recordáis como era? –exigió Hugo al resto de sus amigos.

-No, nunca hemos jugado –le respondieron.

Entonces Hugo se asustó un poco. Pensó en el día anterior, también en el eclipse del viernes.

-¿Qué día es hoy? –preguntó atemorizado Hugo.

-Sábado, cual si no –le respondieron.

Hugo se quedó petrificado. No podía ser cierto. No podía estar pasando. Era sábado. Pero, ¿y el día anterior? Qué había ocurrido? No sabía que había podido suceder, a no ser que el día anterior había sido tan solo un sueño. Una pesadilla en la que todo aparato eléctrico había sido fundido por culpa del eclipse. No podía ser otra cosa. Había sido una pesadilla.

La verdad era que Hugo estaba feliz, contento con sus nuevos amigos. En lugar de haber sufrido una terrible pesadilla había pasado el día más maravilloso de su vida. Y todo ello sin ningún equipo digital, sin su ordenador, sin su tablet, sin el móvil de mama, sin tele. Estaba dispuesto a volverlo a repetir, día tras día. No podía perder la oportunidad de conocer a sus amigos, con sus defectos y virtudes. No podía perder todas las horas de su vida en un mundo virtual intentando imitar y copiar un mundo que ya poseía aquí fuera, en la realidad. Un mundo en el que desde que los niños no juegan, la luna se oculta, los pájaros alejan su piar, los gatos no maúllan, y los grillos dejan de cantan. Un mundo en el que los parques cada vez son más pequeños y pronto desaparecerán.

Pero Hugo y sus amigos no lo permitirán. Poco a poco y día tras día se llamarán a la puerta y saldrán todos a jugar, hasta que los pájaros regresen a estos parques su piar, los gatos maúllen, los grillos canten y la luna nueva vuelva a brillar.


Autor: Israel Santos Lara



 
 
 

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