top of page

Relato Histórico: El Cobre del Tesoro

  • tecnicolarasoft
  • 26 ago 2021
  • 15 Min. de lectura

El Cobre del Tesoro

-¡Ven aquí! ¿Qué haces? ¿Dónde vas? –exclamó exhausto Yuma Mahoma a una de las cabras que comenzaba a escalar la falda de la montaña.

-Como escale ese repecho no podrás atraparla. Esa cabra es tozuda como su amo –se jactaron sus dos compañeros Jalil Musa y Mahoma Ahmed sin poder parar de reír. Los tres beduinos se encontraban pastoreando sus cabras en Qumrán, un antiguo campamento esenio a la orilla noroeste del Mar Muerto, muy cerca de Jerusalén y a catorce quilómetros al sur de Jericó.

Mientras Jalil y Ahmed descansaban, Yuma continuaba persiguiendo a la cabra monte arriba, hasta que al final se detuvo. Había encontrado unos hierbajos que llevarse a la boca. Tras ella, había una extraña apertura en la roca con dos agujeros que daban a una pequeña cámara en el interior de la montaña.

En esos momentos, a Yuma, le llovieron pensamientos de emoción. Siempre recordaba a los beduinos más ancianos hablar de tesoros escondidos por muchas de las grutas y cuevas de todas estas montañas, pero hasta ahora nadie había encontrado nada, o al menos nadie lo había comentado. El caso es que ahí se encontraba, frente a una doble apertura excavada en la piedra de forma antinatural y por causas que le parecían extrañas. Porqué la cabra había subido hasta aquí. Porqué se había parado frente a esta cueva, junto a un pequeño y efímero hierbajo, tan escaso en estas tierras por su aridez. ¿Estaría predestinado a encontrar algún tesoro?, se preguntaba. Un tesoro que le hiciera rico.

Armado de valor, se asomó un poco, pero no alcanzaba a llegar a la apertura. Tuvo que poner varias piedras apiladas para poder acercarse al repecho, donde estaba la entrada. Un miedo le atravesó el cuerpo. No podía ver nada. El sol se estaba poniendo. El frio del invierno se sumaba al temblor del pánico que le hizo casi caer al suelo. Nervioso y tembloroso agarró una piedra, subió el montículo y la tiró con fuerza dentro de la apertura.

-¡crag!, ¡crag!, ¡crag! - se escuchó desde el interior de la cueva con un eco fantasmagórico. Había sonado como si una vasija de barro cocido se hubiera partido en mil pedazos haciéndose añicos.

Tembloroso, y fuera de sí, agarró la cabra y bajó la falda de la montaña, hasta donde se encontraban sus primos apostados.

-Jalil, Ahmed, he encontrado algo –estaba histérico, febril.

-¿Qué te sucede? Parece que hayas visto a una serpiente de cascabel –le espetó con sarcasmo Jalil Musa provocando las risas de Mahoma Ahmed.

-No… No –respondió soltando la cabra.

-Entonces qué te sucede –le preguntó Ahmed algo contagiado incorporándose.

-Una cueva. He encontrado una cueva. Creo que hay algo en su interior.

-Es tarde, primo –le increpó Jalil algo incrédulo-. Anochece y hace frio. Tenemos que refugiarnos de la noche y abrevar al rebaño.

-La cabra, la cabra… ¡ja, ja! –soltó Ahmed con gracia-. Se escapa de nuevo y se dirige hacia el monte. ¡Tozuda como su amo!.

Al final, tras recuperar la cabra, quedaron los tres beduinos en regresar al oasis de Ain Fesja para abrevar a los animales y regresar al día siguiente. Ain Fesja era un floreciente asentamiento agrícola que se construyó siguiendo un largo arroyo que desembocaba en el Mar Muerto. Las palmeras predominaban en el oasis, todas cargadas de dátiles. Con este manjar, los beduinos fabricaban un vino muy especial.

Por el camino, Yuma les contó todo lo sucedido y poco a poco los fue convenciendo. Caminaban paralelo al Mar Salado. Éste, carecía de barcos, ya que ni peces ni algas vivían en él. El calor extremo del día hacía evaporarse el agua aumentando su concentración de sal. Era tan denso esta agua que ni la brisa podía hacer olas. El mar pacía en calma. Yuma soñaba despierto mientras pastoreaban al ganado hacia el oasis. Dios le había enviado una señal. Estaba seguro de ello. Por la mañana, él y sus primos serían ricos.



Jerusalén, Junio del año 68 d.C.

-¡Ha caído! ¡Qumrán ha caído ¡

La fatal noticia retumbó la explanada del monte Moriá, penetrando en el patio del Templo de Salomón y haciéndose eco por toda Jerusalén. Tito Flavio, hijo del Emperador Romano, acababa de destruir el asentamiento de Qumrán, situado junto al Mar Salado. El pueblo de Qumrán era un pueblo tranquilo, formado por esenios pacíficos. Su fortaleza radicaba en los millares de textos escritos en cuero y pergaminos que poseían. Estos Judíos, hacían boto de pobreza. Esperaban el fin del mundo, así que intentaban dejar su impronta por medio de legajos. Tenían tal obsesión con la pureza, que poseían un gran baño a modo de aljibe por el que bajaban a él por unas escaleras, sucio, impuro y ascendían por otra escalera de forma pura, limpia. El agua permitía su purificación. Habían soportado tres meses de duro asedio gracias a la ayuda de los zelotes, una facción política-nacionalista más radical y violenta del Judaísmo que quería una Judea libre e independiente de Roma, cosa que consiguieron desde hacía dos años, desde el 66 d.C. con la revuelta de Judea.

-¿Tres míseros meses han aguantado? -espetó de malas ganas con su particular despotismo, Juan de Giscala, líder zelote de Jerusalén. A la noticia se le unieron varios líderes zelotes -.Les advertí que vinieran intramuros. Estúpidos. Valiosos zelotes han perdido su vida. Aquí estarían a salvo -su gesto era de repudia. Despreciaba a todo el que no estuviera de acuerdo con sus mandatos y a todo aquel que no estuviera bajo sus órdenes. Juan de Giscala se había escapado del propio Tito en el asedio de Giscala, en la alta Galilea. Huyendo al abrigo de la noche y con engaño. En ese lugar se había ganado a un gran número de seguidores zelotes. Gracias a ellos, al llegar a Jerusalén, y al apoyo del Sanedrín, el consejo de sabios que se reunían en el Templo, consiguió destronar al líder Josefo. Así se hizo con el control de la ciudad de Jerusalén.

Juan de Giscala, consiguió el apoyo de los jóvenes alborotando a la gente y persuadiéndolos para ir a la guerra. Les dio esperanzas. Afirmó que Roma estaba Débil y ensalzó su poder. Les acusó de no poder tomar con facilidad las aldeas indefensas de toda Galilea, que sus máquinas de asedio estaban destruidas. Llamó ineptos a los Romanos porque nunca podrían volar sobre las murallas de Jerusalén ni aunque tuvieran alas. Que Judea había sido por fin liberada del yugo romano desde el 66 d.C. y que continuarían libres. Así fue como ascendió en el poder, arengando y engañando a la juventud, seduciéndolos para una guerra que le parecía fácil con falsas esperanzas.


[…]

-¿Estás seguro de eso? –le inquirió uno de los rabinos del Sanedrín.

-Sí, señor. Es todo cierto. Los Esenios de Qumrán, han guardado sus tesoros en lugar seguro, en las cuevas creadas por Dios en las montañas que miran al mar muerto –musitó nervioso y en voz baja.

Se habían reunido lejos del Templo, fuera del alcance de los ojos de cualquier zelote, en el monte Bezeta, en la Ciudad nueva, cerca de la Puerta del Pescado. Al norte de la antigua Jerusalén.

-¿Estás seguro que han logrado ponerlo a salvo? ¿Qué los romanos no se han percatado de nada? –volvió a inquirir el rabino.

En lo más profundo de sus sentimientos, algunos de los sabios del Sanedrín, dudaban de la palabra de Juan de Giscala. Temían que su Templo fuera destruido y asaltado por segunda vez. Temían poder perder todos sus tesoros religiosos de incalculable valor, como lo eran su altar de oro, los majestuosos candeleros de oro o el arca de la alianza, aún escondida en su interior, junto al cofre sagrado y las tablas de la Ley por mandato divino.

-Sí, mi señor –musitó Ismael agarrando su abultada barba que escondía su fina piel mirando hacia todas partes un poco asustado por la información.

-En ese caso… Ismael, tengo otra importante misión para ti. El consejo ha decidido tomar precauciones ante el inminente ataque a Jerusalén por parte de Roma –Ismael asentía con rostro serio. Sabía que su vida dependía de su absoluto silencio y diligencia en la culminación de su trabajo. Era el más eficaz de sus hombres. De ahí que le encomendara las misiones más importantes y peligrosas. Ismael se sentía orgulloso de su trabajo y dedicación al consejo de ancianos, sobre todo a su señor, a quién le debía su vida y el bien estar de su familia.

Una vez encomendado la misión. Ismael se marchó de Jerusalén. Debía encontrar a un buen orfebre. Lustro en el manejo del cobre. Era extraña su encomienda, pero él siempre obedecía sin hacerse demasiadas preguntas. El caso es que en Jerusalén había auténticos artesanos de orfebrería, pero a ellos, el rabino, no los quería. Debía de ser de fuera de Jerusalén, así que se paseó por los poblados cercanos en busca de aquel orfebre.

El tintineo del martillo y el crepitar de la fragua atrajeron la atención de Ismael.

-Buenos días nos de Dios.

-Buenos días. ¿Qué es lo que desea, viajero? –le respondió con sosiego el viejo orfebre. Por su atuendo, su limpieza, sabía que no era de su poblado. Ismael había llegado a Belén, a nueve kilómetros al sur de Jerusalén.

-Perdone. Estoy buscando a un buen orfebre que esté familiarizado con el cobre. ¿Usted podría ser ese? –le preguntó con mucha educación.

-Yo podría ser ese, solo que no he realizado muchos trabajos en cobre. Es un material muy molesto. Se rompe con mucha facilidad, se atraviesa con el buril como si fuese una piel de cordero, y se endurece al golpearlo. También cambia de color. Parece que el cobre posea vida propia y elige a su propio amo artesano. No todos pueden tratarlo de igual a igual. Es un material costoso y difícil de tratar, pero quien consigue hallar la manera de ganarse su amistad, el cobre resulta ser un material precioso, cobrizo, brillante e inigualable en su fabricación. Además adquiere un inalcanzable valor sentimental para el maestro artesano.

-Hay otra pregunta que debo hacerle. Sé que es extraño pero cumplo órdenes de mi señor.

-Adelante pues.

-¿Sabría usted leer este texto? –con mucho cuidado, Ismael sacó de una bolsa que llevaba colgada al hombro un trozo de cuero en el que había una inscripción en Hebreo.

El viejo se molestó un poco. Por cortesía cogió el trozo de cuero y al verlo leyó unas palabras:

-este trozo de cuero será tu tesoro… -no entendía nada. Qué prueba le estaba haciendo ese extranjero. Y lo más confuso, para qué le quería.

Ismael al oírle leer el texto se disculpó.

-Perdonad por su valioso tiempo al haberlo molestado. Pero sigo buscando a la persona idónea para este trabajo que me ha encomendado mi señor. ¿Sabría usted de alguien que pueda ayudarme?

El viejo, al oírlo decir esas palabras, entendió que estaba buscando a un orfebre que no supiera leer. Eso, o seguía sin entender nada.

-A las afueras de Belén –le espetó el viejo artesano un poco molesto-, hay un artesano llamado Aarón. Es joven, pero fue un gran aprendiz. Le entusiasmaba tratar el cobre, por eso se marchó. Quería desentramar los secretos de ese preciado metal. Creo que al final lo consiguió y se apostó a las afueras de Belén. No hace otros trabajos por agradecimiento a su maestro, piensa que no debe entorpecer mi trabajo para que podamos subsistir los dos –sonrió el viejo orgulloso al hablar de su pupilo. Le había recogido deambulando por la calle, solo, sin hogar. El viejo lo recogió como a un hijo, y le enseño un oficio.

-En ese caso, muchas gracias por su información –le agradeció Ismael sacando una bolsa de monedas y dándosela al viejo-. Le agradecería que olvidara mi estancia. Hasta nunca –espetó marchándose del taller en busca de Aarón.


-Hola, ¿es usted Aarón? –inquirió Ismael entrando en un taller a las afueras de Belén.

-Sí, el mismo. ¿Quién me llama? –se intrigó el artesano.

-Mi nombre es Ismael. Tengo un trabajo que ofrecerle, pero antes quisiera saber si podría leerme este texto –le exigió sacando el rollo de cuero.

-¿Qué ha venido a insultarme? –le espetó molesto el artesano. No podía leerlo. No sabía leer. Su trabajo y dedicación al cobre le había tomado todo su tiempo.

-No, por supuesto que no, disculpe. ¿Es usted un orfebre que da forma al cobre verdad? -le comunicó con sosiego para calmarlo -.Su maestro nos habló de usted.

-Exacto –espetó Aarón-. Pero sigo sin poder leer esa maldita inscripción. ¿Qué quiere decir?

-Perdone las molestias, pero es importante que no sepa leer para que yo le ofrezca un trabajo en el que ganará una importante suma de riquezas. Pero antes, debo hacerle otra pregunta –le convenció Ismael.

-Supongo que lo que quieres es que escriba un texto en el cobre. Adelante pues. ¿Qué quiere saber? –le inquirió algo más calmado Aarón sabiendo que no era una ofensa.

-¿Cómo lograría escribir el texto en el cobre y luego darle forma después de tratarlo con los golpes si se endurece mucho? Perdone, pero necesito saberlo porque el cobre al terminar debe ser enrollado a modo de papiro.

-Muy fácil –respondió Aarón sonriente y dirigiéndose hacia su mesa y señalándole un trozo de cobre que tenía clavado a una mesa de madera que estaba a punto de tratar-. Situaré una copia del texto en cuero sobre el cobre, a modo de guía. Con un buril de corte recto pero con punta redondeada grabaré lo que me pidáis. Al endurecerse el cobre ocasionado por los golpes, me detendré y lo recalentaré en el fuego. Esto hace que el cobre adquiera un color menos rojizo, entonces se volverá maleable, y se podrá doblar de nuevo. Al poco tiempo en que el cobre recobre su temperatura, cuando se enfríe, ya estará listo para volverle a grabar los textos que ustedes quieran en él y su color volverá a ser cobrizo, el cobre volverá a su completa normalidad -Aarón no acostumbraba a enseñar a cualquier visitante su saber artesano, pero esta vez era distinto. Su futuro podía cambiar con este trabajo. El futuro de él y el de su familia, ya que tenía esposa y un hijo llamado David.




Jerusalén, Abril del año 70 d.C.

-Quieren hablar, mi señor.

-¿A qué emisario nos envían? –le inquirió el nuevo líder zelote Simón bar Giora.

La presión que los romanos habían ejercido sobre toda Judea había conseguido que los judíos se pelearan entre ellos. Los nervios, la tensión, provocaron que Simón bar Giora, se impusiera como nuevo Líder zelote en contra de los partidarios del déspota de Juan de Giscala. Aunque Juan y sus zelotes consiguieron refugiarse en el patio del Templo, y allí permanecían, para defenderlo con su vida.

-A Josefo, mi señor –musitó resignado el zelote. Josefo era muy querido por los judíos, incluso fue su líder zelote. Había luchado contra los romanos para lograr una Judea libre pero fue capturado por Tito en el 67 d.C. y hecho prisionero. Ahora Tito, nuevo Emperador Romano, desde el 69 d.C. cuyo nombre era César Vespasiano Augusto, le había despojado de sus cadenas y puesto bajo sus órdenes para recuperar Jerusalén.

Tito, el nuevo Emperador, había mandado a tres de sus legiones sobre el lado oeste de Jerusalén, y a una cuarta legión más, apostarse en el este, sobre el Monte de los Olivos. Con este cerco había conseguido aislar Jerusalén. Sin suministros, sin agua, con los crecientes altercados entre judíos, traiciones e incendios, sus días estaban contados.

Esto provocó que el pueblo de Jerusalén, al hacerse eco de la llegada de Josefo para conversar, lo vieran como a un salvador. Pero justo cuando se disponían a hablar del tratado de paz y de la supuesta entrega de la ciudad, una flecha fue lanzada desde el muro, que perforó el costado de Josefo, evitando cualquier pacto. Los zelotes no permitirían que el Templo cayera de nuevo bajo el poder de Roma y fuese desbalijado.

Al lanzamiento de la flecha le siguió un ataque por sorpresa de los zelotes que casi provoca la captura de Tito, que consiguió escapar de casualidad. El ataque zelote, parecía que había sido ordenado y preparado, pero al ser a la desesperada, y sin liderazgo, no logró rematar su fin: Acabar con Josefo y El Emperador Tito.

Inmediatamente después, Tito quiso venganza. Ordenó destruir sus murallas con los arietes, para conseguir entrar. Cuando los romanos consiguieron abrir brecha en el primer y segundo muro, Tito ordenó a sus legiones abrirse paso hasta el Monte del Templo, hacia la Fortaleza Antonia. Tito contaba con unas fuerzas muy superiores en número de casi setenta mil hombres. El pueblo de Jerusalén disponía de unos veinticinco mil hombres. Aun así, los zelotes, unos ocho mil, contraatacaron con rabia empujándolos hacia las calles de Jerusalén.

-¡Hacia el Templo! ¡Malditos zelotes! ¡Corred hacia el templo! ¡Tenemos que dar nuestra vida para protegerlo! –espetó gritando al aire, Simón bar Giora, el Líder zelote. Él se había percatado que los romanos querían sacarlos de la Fortaleza Antonia y del Patio del Templo, ya que eran las mejores posiciones defensivas. Los indisciplinados zelotes no entendían de tácticas de combate, y corrían detrás de sus enemigos perdiendo la posición de ventaja, para luego ser atacados por la retaguardia. Por suerte, muchos de los zelotes, obedecieron las órdenes de su Líder.

Tras varios intentos, la Fortaleza Antonia cayó en manos romanas, la segunda fortaleza más alta de Jerusalén, después del Monte del Templo. Pero desde la Fortaleza, podían atacar el Templo, era cuestión de tiempo.


-No tenemos tiempo para sacar todos nuestros tesoros, ni tampoco el oro –recriminó desconcertado un viejo sacerdote del Sanedrín-. Tienes que darnos más tiempo –le imploró a Eleazar ben Simón, otro de los Líderes zelotes, en el interior del templo. El sacerdote sabía que Simón bar Giora y Juan Giscala estaban luchando sobre las murallas y en el patio del Templo, y la única esperanza era que Eleazar aguantara todo lo que pudiera para darle más tiempo.

Eleazar se dirigió con sus hombres hacia unos arietes y les prendió fuego. El fuego se propagó incontroladamente. El Templo comenzó a arder. Eleazar se situó en su interior para evitar que ningún romano humillase su Templo. Eleazar y sus zelotes dieron sus vidas en ello. Juan y Simón fueron capturados. Jerusalén capituló. Según Josefo, un millón de personas murieron durante el asedio y noventa y siete mil fueron hechos prisioneros. Un grupo muy numeroso de pobladores consiguieron escapar gracias a los líderes zelotes.


[…]


-Tenéis todo lo necesario, Ismael –le inquirió el viejo rabino del Sanedrín a su estimado y fiel amigo. El viejo no poseía hijo. Ismael era lo más parecido a eso. A él le había confiado su vida, sus secretos, los tesoros de Jerusalén. Mujeres, niños y ancianos caminaban junto a ellos. Vagaban unos detrás de otros, en silencio. Sus rostros desbordaban terror y miedo.

-Si mi señor, tengo los dos rollos de cobre –le enseñó a hurtadillas el interior de su bolsa de piel-. Marcharé sin mirar atrás y los esconderé donde nadie pueda jamás encontrarlos, hasta que Jerusalén vuelva a ser nuestra, del pueblo judío.

-Hasta que Dios se vuelva a apiadar del pueblo Judío, noble aprendiz –le rectificó el Viejo Rabino.

Se encontraban bajo el Monte del Templo, por unos túneles que estaban bajo todo Jerusalén. Aunque estaban a gran profundidad, sobre sus cabezas escuchaban el caos. Como si de una tormenta de truenos sobre una cabaña de madera con su tejado de paja se tratara. Todo retumbaba con gran estruendo y su eco hacía estremecerse los huesos de los pocos afortunados que pudieron escapar. Gracias a esos túneles, podías pasar inadvertido y huir por muchas de las salidas que daban fuera de los muros, lejos de Jerusalén, de la batalla, de la barbarie.


[…]


-Donde están los grandes tesoros que custodiabais en el Templo –le espetó con gran desprecio y enormemente enojado Tito, el Emperador Romano, a Simón bar Giora. Tito había paseado por Roma a Giora como trofeo del sitio de Jerusalén. El recluso permanecía de pie, a duras penas. Estaba exhausto, despojado de su uniforme, desnutrido y agarrado de ambas manos por dos enormes Pretorianos. Pero lo que más enfadaba a Tito era su sonrisa sarcástica que jamás se le borraba de su rostro.

-Jamás lo encontraras –habló sin fuerzas mientras que recibía un puñetazo de uno de sus custodios en el rostro que le provocó otro borbotón de sangre.

-El templo ha sido destruido. Tan sólo queda en pie el muro occidental. Los escritos no os recordarán –espetó Tito con rabia acercándose a la cara de Giora-. ¡Yo me ocuparé de ello! Construiré monumentos proclamando el saqueo y la destrucción de Jerusalén. Nadie sabrá que ese gran tesoro permanece escondido. ¡Serás olvidado! Vuestro Dios así lo ha querido, y así será.

Giora escupió a Tito a la cara. Lo tenía frente a frente. Su sonrisa se había evaporado.

-¡Dios te ha olvidado! –vociferó Tito dando una patada en el estómago y arrojándolo desde la Roca Tarpeya, una empinada pendiente que se usaba para ejecutar a los enemigos de Roma, asesinos y traidores.

Mientras Giora caía al vacío observó el foro romano. Su vida había sido plena. Así se sentía: Bien consigo mismo y con su esfuerzo, para lograr poner a salvo la historia y a gran parte del pueblo de Jerusalén. Sus tesoros, sus recuerdos y los de toda Judea estaban impregnados y grabados en ese metal cobrizo tan preciado, el cobre. Y así seguirían hasta que Dios lo estimase oportuno.



Qumrán, Orilla noroeste del Mar Muerto, 1947


-¡Se ha ido sin nosotros! ¡Despierta, Yuma! –le sobresaltó su primo Jalil zarandeándolo-. Ahmed se ha marchado a la cueva sin avisar.

Los pastores beduinos se apresuraron a recoger el rebaño y a ponerse en marcha para ir a la cueva donde Yuma, el día anterior había encontrado una cueva muy peculiar. Ahmed no pudo soportar la tensión y se marchó con las primeras luces del alba para verificar si lo que Yuma había encontrado era verdad o no.

Cuando llegaron a la cueva. Yuma estaba fuera de ella. Había apilado una gran cantidad de piedras para poder acceder a la cueva. Su rostro no era el que esperaban ver.

-¿¡Que has encontrado!? –le inquirió Yuma a Ahmed muy enfadado.

-Nada de valor –musitó desconsolado-. Tan sólo vasijas de Barro llenas de esto –respondió levantando su mano y mostrando unos rollos de piel de vaca y cordero con un posible texto en su interior.

-¡Y el oro, las joyas! ¿Has encontrado algo? –se ofuscó Yuma incrédulo.

-Aquí tienes tu oro –le soltó Ahmed el rollo de piel en el pecho a Yuma llenándolo de polvo-. En la cueva hay más.


La cueva que encontró Yuma se llamó Cueva número uno. Los hallazgos no tardaron mucho en hacerse eco. Once cuevas se encontraron en total. En esos manuscritos hallaron los testimonios más antiguos del texto bíblico, y casi todos los libros de la Biblia hebrea, así como sus calendarios, oraciones y normas de la comunidad religiosa judía identificados con los esenios.

Pero lo más increíble, los dos royos de cobre de dos mil años de antigüedad que hallaron en la cueva número tres, en 1952. En su interior no había escritos bíblicos, sino que, había escrito una serie de cartas revelando una lista de sesenta y cuatro lugares donde se encontraban escondidos los tesoros del Templo de Jerusalén y una gran cantidad de Oro y Plata: Mil talentos de Oro, tres mil Talentos de Plata, seiscientas vasijas llenas de Plata, seiscientos vasos de Oro y plata, accesorios, el altar de oro, los candelabros de Oro, el Arca de la Alianza…

El verdadero valor de todos los rollos descubiertos está recogido en todas esas escrituras. A día de hoy, los grandes tesoros descritos en los dos rollos de cobre siguen sin ser encontrados.



Belén, año 68 d.C.


-<<…Bajo el monumento de Absalón, en la parte oeste, excavar doce codos y hallaras ochenta talentos de monedas de Plata>>. ¡Padre!, ¿qué trabajo de orfebrería estás realizando? –le inquirió David a su padre Aarón examinando un trozo de cobre que estaba sobre su mesa de trabajo.




Título: El Cobre del Tesoro

Autor: Israel Santos Lara


 
 
 

Comentarios


Featured Posts
Recent Posts
Search By Tags
Follow Us
  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
  • Google Classic

SÍGUEME  

  • Facebook Classic
  • Blogger App Icon
  • Twitter Classic
  • c-youtube

© 2023 by Samanta Jonse. Proudly created with Wix.com

bottom of page