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Microrrelato: Una libertad inconfundible: “El Amor”

  • tecnicolarasoft
  • 26 ago 2021
  • 2 Min. de lectura

Una libertad inconfundible: “El Amor”

-Buenos días, ¿sube?

-Sí, gracias –me respondió titubeante tirando de una correíta de cuero y apresurándose a recoger del suelo a su peludo y pequeño amigo mal oliente. Ella sabía que el perro no podía subir en el ascensor, que no podía estar allí, pero le daba igual. La vieja y chocha anciana me observaba asustada, como si no me conociera. Cómo no iba a conocer yo a la rancia cascarrabias del 5ºB. Estaba harto de sus quejas, de su rancio olor, y de los ladridos de su asqueroso mini perro. El sí que me conocía. Subía todo el tiempo con sus dientes sacados en una mueca infinita preparado para comerme a la primera de cambio.

El ascensor se para a mitad de camino.

-Hola, ¿bajáis? –se escuchó desde el exterior. No podía ver, estaba asustado por el chucho, me tenía pegado al espejo, pero su aroma era inconfundible. Tania, la bella dama del 3ºA. Era una diosa. Su fragancia a flores la delataba. Ambrosía para mi olfato. Podía pasar días sin verla pero su fragancia seguía inundándome el recuerdo-. ¡Veo que estás aquí! -me susurró melosa situándose al final del ascensor esquivando a la anciana.

-No –le respondí tarde para que no se bajara. El habitáculo se hacía pequeño. Tania me regalaba su sonrisa junto con una mirada cómplice. Su vestido verde hacía juego con sus verdes ojos. Su pelo rubio radiante la iluminaba con un haz de luz celestial. Yo inmóvil estaba encantado. Era la mejor hora del día. En realidad la única mejor hora.

El ascensor se vuelve a parar de golpe en el 4º piso. En este caso entro el desagradable y maleducado del 2º con su mono de trabajo blanco. Este es el típico vecino que se cree que el dinero o los títulos le dan la educación, pero nada más lejos de la realidad. Con la educación se nace, ni se compra, ni se otorga.

-Buenos días –le reproche con desdén. Ni siquiera se dignó a mirar. Odiaba verlo con esa cara sebosa y su abultada barriga. Lo mejor era que el ascensor se hizo más pequeño. Tania estaba más cerca de mí. No tenía libertad de movimiento, pero mi imaginación, mi mente, era libre. El amor siempre revolotea en libertad, esté donde esté, sin importar el espacio o el cielo donde se encuentre. El amor es libre.

El ascensor se detiene de nuevo. Al fin se baja el prepotente educado y la vieja con su chucho, regalándome un último gruñido al salir. Yo sigo pegado al cristal, mirando a Tania. Mi amor sigue sin perderme de vista. Sus ojos me deslumbran y me ciegan porque brillan como el sol. De repente cambia de rostro sonriente a uno compasivo y me dice:

-Israel, ¿otra vez te has escapado? Te estarán buscando en planta.

-Sólo me escapo para verte, vecina del 3ºA –titubeo sonrojado.

-Anda vamos, te llevo a tu habitación, te toca la medicación.


Autor: ISRAEL SANTOS LARA

 
 
 

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