Relato: El Mesias
- tecnicolarasoft
- 26 ago 2021
- 3 Min. de lectura

EL MESÌAS
-Padre… -tosió salpicando de sangre el suelo.
-¡Calla, perro! –le espetó su custodio dándole una patada en las costillas que lo dejó encorvado en el suelo en posición fetal.
-Padre, perdónales, pues no saben lo que hacen.
-¡Te he dicho que calles, hereje! –le escupió atizándole otra patada en su escuálido trasero.
-Padre, perdónales, pues nuca aprenderán. Padre no quieren saber la palabra de Dios. Tan sólo saben pedir y pedir, pero no se enteran. Padre, jamás se enteraran que no se trata de eso, de pedir, sino de dar y agradecer, Padre. Jamás darán nada, ni respeto, ni limosna, ni amor, ni paz. Jamás darán lo que anhelan, lo que les pedimos, Padre, tampoco compasión.
-Nos ha salido Otro Maestro de Justicia, otro que quiere salvar a los Judíos –se jactó el otro custodio. Estaban a cargo del recluso. Tenían órdenes concretas y concisas.
-Padre… -intentó de zafarse de sus correajes, pero le tenían bien atado, privado totalmente de su libertad, inmóvil. Tosió de nuevo un poco de sangre. El sabor metálico en sus labios lo confundieron aún más. Estaba algo enfurecido por no entender bien qué era lo que sucedía.
-¡Quién te crees que eres para venir y poner patas arriba la sinagoga! ¡Quién te crees que eres para decirnos qué rezar, cómo vivir y cómo hacerlo! ¡QUIEN! –le gritó poniéndose en cuclillas para acercarse a su cabeza y zumbarle el oído.
-No te apures compañero, debe de tener el demonio en su interior –le tranquilizó el más joven.
-¡PADRE…! –vociferó exhalando sus últimas fuerzas para intentar zafarse de su mordaza.
<<No te preocupes hijo, no estás solo. No serás el último>>
-¿Cuántos Padre? -inquirió recuperando algo de fuerzas al escuchar a su padre-. ¿Cuántos han venido antes que yo?¿Cuántos harán falta para conseguir su salvación, Padre?¿Cuántos de mis hermanos has mandado a esta gente?, a estos pobres vanidosos faltos de poder y sobrantes de codicia. ¿A cuántos antes que a mí, Padre?
<<No te preocupes hijo, no estarás solo. No serás el último>>
-Ciérrale la boca. Estoy harto de sus blasfemias. No permitas ni una palabra más. ¡CIERRASELA! –le ordenó el de mayor rango al otro. Las últimas palabras del pobre señor le hicieron dudar. El joven custodio titubeó.
-Padre, perdónales, pues no saben lo que hacen. Les he avisado Padre, pero no me escuchan. No pueden hacer negocio con los lugares santos ni de rezo. Les he pedido que no roben, que no se maten entre ellos, que no sean avariciosos, y que no utilicen la palabra de Dios en su beneficio. Pero no saben Padre. No quieren saber. Perdónalos Padre, no saben lo que hacen. No paran de pedir y pedir, de exigir y exigir. Pero por qué Padre. Este sufrimiento. Merece la pena todo esto. Merecen la pena que luches por ellos.
-O lo silencias tú, o lo degüello ahora mismo. No soporto su clamor al cielo. Mi cuerpo se estremece. ¡Cállalo de una maldita vez, novato!
<<Existen personas buenas entre ellos, pero les falta un poco de amor en lugar de odio, comprensión en lugar de intolerancia, Bondad en lugar de avaricia, sosiego en lugar de cólera, fe en ellos mismos en lugar de dejarse llevar por unos pocos que sólo buscan su poder. Tienen mucho potencial hijo. Son excepcionales. Tienen esperanza. Algún día se alzaran en favor de la paz y la libertad>>
-Tienes razón Padre, perdóname por dudar de tu palabra, perdónales pues no saben lo que hacen.
Una patada fue a dar a la cara de aquel lastimoso señor. Era delgado, noble y pacífico. No le haría daño ni a una mosca. Aun así, quedó postrado en el suelo boca abajo, desmayado.
-¿Qué pasará con él? –preguntó el joven reajustándose el cinturón. Prefirió darle un golpe en lugar que su jefe lo degollara. Le tenía lástima. Ese pobre hombre había calado en su corazón. Pero no quería que su jefe diera parte de él. Sería su perdición. Quizás el fin de su corta vida.
-Lo siento novato. No hay nada que hacer. Los señores de la “Religión” no quieren saber nada de él. Lo han proclamado por Hereje. Demonio o brujo de artes oscuras.
-¿La Judía? –inquirió el incrédulo novato agachándose y cogiéndole por las piernas.
-No, la Judía no. Ellos ni si quiera lo han visto ni escuchado. No se atreven –le respondió al joven agachándose y cogiéndole por la cabeza. Juntos se acercaron al acantilado. El mar estaba enfurecido. Las olas golpeaban la roca como si fueran truenos en el cielo -La Cristiana. Ellos tampoco quieren saber de él.
Los custodios soltaron el cuerpo al vacío. El joven esa noche no pudo dormir pensando:
-<<Y si fuera verdad>>
Por: Israel Santos Lara
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